martes, 28 de julio de 2020

Para el Parcial

Hola:

Ya hemos recibido algunos trabajos basados en las crónicas que leyeron.
Como ahora se avecina una evaluación, les sugerimos que lean los textos teóricos del Cuadernillo de Narración y del Cuadernillo de Crónica, repasen las cuestiones expuestas por Analía Reale en el Campus virtual y revisen los conceptos de narratología ya que el parcial será muy semejante al simulacro enviado la semana pasada.  

Saludos a la distancia,

Estela y Mariel

miércoles, 22 de julio de 2020

Lectura de crónicas

Hola:

Les pedimos que lean las crónicas que les enviamos a través de estos enlaces:

"Y parirás con dolor" de Josefina Licitra sobre el caso de Romina Tejerina al que hicimos referencia en el último Zoom.

https://josefinalicitra.wordpress.com/2008/04/19/y-pariras-con-dolor/amp/

"Operación Ja Ja" de Carolina Reymúndez

http://escrituracreativa08.blogspot.com/2009/11/cronicas-operacion-ja-jacarolina.html?m=1

Los dos textos forman parte de la antología La Argentina crónica - Historias reales de un país al límite que mencionamos el miércoles pasado.

En ambas crónicas hay que identificar la escena narrativa: quién narra, a quién se dirige, en qué circunstancias se despliega el relato y caracterizar la figura de las cronistas.

También tienen que plantear cómo es el modo de representación de la historia en el relato, es decir la distancia desde la que se narran los hechos y la perspectiva desde la cual se los presenta.

Para realizar esta tarea, les sugerimos que relean estas cuestiones en el Cuadernillo de trabajo de Narración y revisar los análisis que hizo Analía Reale en el Campus virtual el 9/7 y el 16/7. 

Saludos a la distancia,

Estela y Mariel




sábado, 18 de julio de 2020

Actividad individual de esta semana


Hola:

Les pedimos que lean “Qué es y qué no es el periodismo literario. Más allá del adjetivo perfecto” de Leila Guerriero y respondan individualmente en forma de texto estas consignas. Envíen estas actividades lo antes que puedan para recibir una rápida devolución.

·           Citar dos ideas con las que Guerriero aborda el concepto de periodismo literario y explicar el porqué de la elección.

·       Transcribir el fragmento en que se sintetiza la temática del libro Operación masacre de Rodolfo Walsh. Pueden incluir las primeras líneas, luego agregar (…), que indica que se ha omitido algo del párrafo, y finalmente las últimas líneas, todo encerrado entre comillas porque es una cita textual.

·       Mencionar algunos procedimientos literarios (comparaciones, metáforas, descripciones, escenas, etc.), que puede emplear un cronista y buscar cuatro ejemplos en el texto de Leila Guerriero.

·    Señalar algunos rasgos que colaboran para construir verosimilitud y la representación de la temporalidad que se plantea en el texto.

       Saludos,

      Estela y Mariel

  



martes, 14 de julio de 2020

¡Hola! Queríamos recordarles que mañana (15 de julio) tendremos un nuevo encuentro por ZOOM, en el horario de siempre. Los datos para ingresar también son los mismos.

Les pedimos que se organicen con su grupo para hacer las presentaciones que prepararon a partir de las consignas de trabajo que enviamos. 

Aprovechamos para pedirles, también, que envíen las tareas grupales y los textos de escritura individual quienes aún no lo hayan hecho. 

¡Nos vemos mañana!

Saludos,
Mariel y Estela

domingo, 12 de julio de 2020

Prólogo de Martín Caparrós - La Argentina crónica

Hola:


En esta entrada incluimos el Prólogo que Martín Caparrós planteó para una antología de crónicas escritas por varios periodistas argentinos: Leila Guerriero, Cristian Alarcón, Josefina Licitra y Carolina Reymúndez, entre otros. 

Les pedimos que lean ese prólogo y, en forma individual, elijan una o dos afirmaciones que consideren esenciales para abordar el concepto de crónica. En el próximo encuentro por Zoom vamos a exponer y debatir esas afirmaciones.

Saludos a la distancia,

Estela y Mariel


La Argentina crónica. Historias reales de un país al límite. Selección Maximiliano Tomas. Editorial Planeta. Buenos Aires. 2007.

Prólogo

Leo crónicas. No voy a hacer la gran Borges y pretender que leer es mejor que escribir: si Borges hubiera hecho lo que decía, decir Borges no significaría gran cosa. Me gusta escribir crónicas -salir al mundo para buscar las formas de escribirlo- más que casi nada. Pero también me gusta leerlas: ahora leo las crónicas del seleccionado sub-quién-sabe-cuántos y me pregunto cosas. A veces, incluso, me contesto.

Lo tengo dicho: a menudo me pregunto por qué los editores de diarios y periódicos latinoamericanos se empeñan en despreciar a sus lectores. O, mejor, en tratar de deshacerlos: en su desesperación por pelearles espacio a la radio y a la televisión, los editores latinoamericanos suelen pensar medios gráficos para una rara especie que ellos se inventaron: el lector que no lee. Es un problema: un lector se define por leer -y un lector que no lee es un ente confuso. Sin embargo nuestros bravos editores no tremulan ante la aparente contradicción: siguen adelante con sus páginas llenas de fotos, recuadros, infografías, dibujitos. Los carcome el miedo a la palabra escrita -y creen que es mejor pelear contra la tele con las armas de la tele, en lugar de usar las únicas armas que un texto no comparte: la escritura. Por eso, en general, les va como les va; por eso, en general, a nosotros también.

Una primera definición: la crónica es eso que nuestros periódicos hacen cada vez menos.

Es un problema grave que en la Argentina se hace agudo. En la Argentina -que supo ser un espacio central para la crónica- no hay espacio para publicar crónicas, salvo un par de honrosas excepciones. Que casi siempre son libros, no periódicos. (De las catorce crónicas de esta antología, cuatro fueron publicadas en revistas extranjeras, tres en revistas ya cerradas, cuatro en revistas pervivientes y tres en Página/12 pero hace tiempo. Ni una sola en los grandes diarios argentinos.)

Me gusta la palabra crónica. Me gusta, para empezar, que en la palabra crónica aceche cronos, el tiempo. Siempre que alguien escribe escribe sobre el tiempo, pero la crónica -muy en particular- es un intento siempre fracasado de atrapar el tiempo en que uno vive. Su fracaso es una garantía: permite intentarlo una y otra vez -y fracasar e intentarlo de nuevo, y otra vez.

La crónica tuvo su momento -y ese momento fue hace mucho. América se hizo por sus crónicas: América se llenó de nombres y de conceptos y de ideas a partir de esas crónicas -de Indias-, de los relatos que sus primeros viajeros más o menos letrados hicieron sobre ella. Aquellas crónicas eran un intento heroico de adaptación de lo que no se sabía a lo que sí: un cronista de Indias -un conquistador- ve una fruta que no había visto nunca y dice que es como las manzanas de Castilla, solo que es ovalada y su piel es peluda y su carne violeta. Nada, por supuesto, que se parezca a una manzana, pero ningún relato de lo desconocido funciona si no parte de lo que ya conoce.

Así escribieron América los primeros: narraciones que partían de lo que esperaban encontrar y chocaban con lo que se encontraban. Lo mismo que nos sucede cada vez que vamos a un lugar, a una historia, a tratar de contarlos. Ese choque, esa extrañeza, sigue siendo la base de una crónica.

La crónica es un género bien sudaca y es -quizá por eso- un anacronismo. La crónica era el modo de contar de una época en que no había otras. Durante muchos siglos el mundo se miró -si se miraba- en las palabras. A finales del siglo XIX, cuando la foto se hizo más pórtatil, empezaron a aparecer esas revistas ilustradas donde las crónicas ocupaban cada vez menos espacio y las fotos más: la tentación de mostrar los lugares que antes escribían. Después vino el cine, apareció la tele. Y muchos supusieron que la escritura era el modo más pobre de contar el mundo: el que ofrece menos sensación de inmediatez, de verosimilitud. La palabra no muestra: construye, evoca, reflexiona, sugiere. Esa es su ventaja.

La crónica es el género de no ficción donde la escritura pesa más. La crónica aprovecha la potencia del texto, la capacidad de hacer aquello que ninguna infografía, ningún cable podrían: armar un clima, crear un personaje, pensar una cuestión.

La crónica es una mezcla, en proporciones tornadizas, de mirada y escritura. Mirar es central para el cronista -mirar en el sentido fuerte. Mirar y ver se han confundido, ya pocos saben cuál es cuál. Pero entre ver y mirar hay una diferencia radical.

Ver, en su primera acepción de la Academia, es "percibir por los ojos los objetos mediante la acción de la luz"; mirar es "dirigir la vista a un objeto". Mirar es la búsqueda, la actitud consciente y voluntaria de tratar de aprehender lo que hay alrededor -y de aprender. Para el cronista mirar con toda la fuerza posible es decisivo. Es decisivo adoptar la actitud del cazador.

Hubo tiempos en que los hombres sabían que solo si mantenían una atención extrema iban a estar prontos en el momento en que saltara la liebre -y que solo si la cazaban comerían esa tarde. Por suerte ya no es necesario ese estado de alerta permanente, pero el cronista sabe que todo lo que se le cruza puede ser materia de su historia y, por lo tanto, tiene que estar atento todo el tiempo, cazador cavernario. Es un placer retomar, de vez en cuando, ciertos atavismos: ponerse primitivo.

Digo: mirar donde parece que no pasara nada, aprender a mirar de nuevo lo que ya conocemos. Buscar, buscar, buscar. Uno de los mayores atractivos de componer una crónica es esa obligación de la mirada extrema.

Para contar las historias que nos enseñaron a no considerar noticia.

Existe la superstición de que no hay nada que ver en aquello que uno ve todo el tiempo. Periodistas y lectores la comparten: la "información" busca lo extraordinario; la crónica, muchas veces, el interés de la cotidianidad. Digo: la maravilla en la banalidad.

El cronista mira, piensa, conecta para encontrar -en lo común- lo que merece ser contado. Y trata de descubrir a su vez en ese hecho lo común: lo que puede sintetizar el mundo. La pequeña historia que puede contar tantas. La gota que es el prisma de otras tantas.

La magia de una buena crónica consiste en conseguir que un lector se interese en una cuestión que, en principio, no le interesa en lo más mínimo.

Porque la crónica, en principio, también sirve para descentrar el foco periodístico. El periodismo de actualidad mira al poder. El que no es rico o famoso o rico y famoso o tetona o futbolista tiene, para salir en los papeles, la única opción de la catástrofe: distintas formas de la muerte. Sin desastre, la mayoría de la población no puede -no debe- ser noticia.

La información -tal como existe- consiste en decirle a muchísima gente qué le pasa a muy poca: la que tiene poder. Decirle, entonces, a muchísima gente que lo que debe importarle es lo que les pasa a esos. La información postula -impone- una idea del mundo: un modelo de mundo en el que importan esos pocos. Una política del mundo.
La crónica se rebela contra eso -cuando intenta mostrar, en sus historias, la vida de todos, de cualquiera: lo que les pasa a los que también podrían ser sus lectores. La crónica es una forma de pararse frente a la información y su política del mundo: una manera de decir al mundo también puede ser otro. La crónica es política.
La información no soporta la duda. La información afirma. En eso el discurso informativo se hermana con el discurso de los políticos: los dos aseguran todo el tiempo, tienen que asegurar para existir. La crónica -el cronista- se permiten la duda.

La crónica, además, es el periodismo que sí dice yo. Que dice existo, estoy, yo no te engaño.

El lenguaje periodístico habitual está anclado en la simulación de esa famosa "objetividad" que algunos, ahora, para ser menos brutos, empiezan a llamar neutralidad. La prosa informativa -despojada, distante, impersonal- es un intento de eliminar cualquier presencia de la prosa, de crear la ilusión de una mirada sin intermediación: una forma de simular que aquí no hay nadie que te cuenta, que "esta es la realidad".

El truco ha sido equiparar objetividad con honestidad y subjetividad con manejo, con trampa. Pero la subjetividad es ineludible, siempre está.

Es casi obvio: todo texto -aunque no lo muestre- está en primera persona. Todo texto, digo, está escrito por alguien, es necesariamente una versión subjetiva de un objeto narrado: un enredo, una conversación, un drama. No por elección, por fatalidad: es imposible que un sujeto dé cuenta de una situación sin que su subjetividad juegue en ese relato, sin que elija qué importa o no contar, sin que decida con qué medios contarlo.

Pero eso no se dice: la prosa informativa se pretende neutral y despersonalizada, para que los lectores sigan creyendo que lo que tienen enfrente es "la pura realidad" -sin intermediaciones. Llevamos siglos creyendo que existen relatos automáticos producidos por esa máquina fantástica que se llama prensa; convencidos de que la que nos cuenta las historias es esa máquina-periódico, una entidad colectiva y verdadera.

Los diarios impusieron esa escritura "transparente" para que no se viera la escritura: para que no se viera su subjetividad y sus subjetividades en esa escritura: para disimular que detrás de la máquina hay decisiones y personas. La máquina necesita convencer a sus lectores de que lo que cuenta es la verdad y no una de las infinitas miradas posibles. Reponer una escritura entre lo relatado y el lector es -en ese contexto- casi una obligación moral: la forma de decir aquí hay, señoras y señores, señoras y señores: sujetos que te cuentan, una mirada y una mente y una mano.

Nos convencieron de que la primera persona es un modo de aminorar lo que se escribe, de quitarle autoridad. Y es lo contrario: frente al truco de la prosa informativa -que pretende que no hay nadie contando, que lo que cuenta es "la verdad"-, la primera persona se hace cargo, dice: esto es lo que yo vi, yo supe, yo pensé -y hay muchas otras posibilidades, por supuesto.

Digo: si hay una justificación teórica -y hasta moral- para el hecho de usar todos los recursos que la narrativa ofrece, sería esa: que con esos recursos se pone en evidencia que no hay máquina, que siempre hay un sujeto que mira y que cuenta.

Por supuesto: la diferencia extrema entre escribir en primera persona y escribir sobre la primera persona. La primera persona de una crónica no tiene siquiera que ser gramatical: es, sobre todo, la situación de una mirada. Mirar, en cualquier caso, es decir yo y es todo lo contrario de esos pastiches que empiezan "cuando yo": cuando el cronista empieza a hablar más de sí que del mundo, deja de ser cronista.

Hay otra diferencia fuerte entre la prosa informativa y la prosa crónica: una sintetiza lo que -se supone- sucedió; la otra lo pone en escena. Lo sitúa, lo ambienta, lo piensa, lo narra con detalles: contra la delgadez de la prosa fotocopia, el espesor de un buen relato. No decirle al lector esto es así; mostrarlo. Permitirle al lector que reaccione, no explicarle cómo debería reaccionar. El informador puede decir "la escena era conmovedora", el cronista trata de construir esa escena -y conmover.

Eso necesita, entre otras cosas, más espacio. Y hay pocos medios que lo ofrezcan: más que nada, por ese miedo a los lectores alectores.

Yo lo llamo crónica; algunos lo llaman "nuevo periodismo". Es la forma más reciente de llamarlo, pero se anquilosó. El nuevo periodismo ya está viejo.

Aquello que llamamos "nuevo periodismo" se conformó hace medio siglo, cuando algunos señores -y muy pocas señoras todavía- decidieron usar recursos de otros géneros literarios para contar la no-ficción. Con ese procedimiento armaron una forma de decir, de escribir -que cristalizó en un género.

Ahora casi todos los cronistas escriben como esos tipos de hace cincuenta años. Dejamos de usar el mecanismo, aquella búsqueda, para conformarnos con sus resultados de entonces. Pero lo bueno era el procedimiento, y es lo que vale la pena recobrar: buscar qué más formas podemos saquear aquí, copiar allí, falsificar allá, para seguir armando nuevas maneras de contar el mundo. Ese, creo, es el próximo paso.

(Esto escribí hace meses; esto dije, poco más o menos, en Cartagena de Indias hace unas semanas, cuando me invitaron a un congreso muy empingorotado para contar por qué estoy por la crónica. Y ahora leo las historias de Alarcón, Bilbao, Brienza, Cicco, Gorodischer, Guerriero, Licitra, Plotkin, Reymúndez, Riera, Sánchez, Schmidt, Seselovsky y Sivak: leo travas y jinetes, la Difunta y la asesina de su padre, el político pelado y el skin casi político, esa señora pistolera, menores y mayores en la cárcel, formas de la memoria, una campeona de empanadas, reidores, bastantes extranjeros, una docena larga de miradas. Leo, releo, disfruto, me cabreo, me sorprendo, me alegro y pienso, una vez más, en el próximo paso -que viene a ser el suyo.)

Martín Caparrós

martes, 7 de julio de 2020

¡Hola! Esperamos que estén sobrellevando bien la cuarentena. Ojalá hayan podido trabajar con los materiales y tareas de nuestra Materia.

Queríamos avisarles que vamos a tener el próximo encuentro por ZOOM el miércoles 15 de julio, en el horario de siempre. Los datos para ingresar también son los mismos.

Les pedimos que para esa fecha tengan todas las tareas listas, tanto las grupales como las individuales (que ya pueden ir enviándonos), y que se organicen con su grupo para hacer las presentaciones en la clase por zoom. 

Esta semana vamos a mandarles nuevos materiales teóricos sobre "Crónica" para que lean. Además, les pedimos que lean en el Campus virtual la clase del 27/5 (sobre "Crónica") de la Titular de la Cátedra, Analía Reale. 

En la clase por ZOOM vamos a trabajar con todas estas lecturas y con el análisis que ustedes hayan hecho de los materiales del cuadernillo.

¡Nos vemos pronto!

Saludos,
Mariel y Estela